Intento de advertencia


Durante la pandemia pasaron cosas buenas y malas.

Cosas malas a montones, pero entre las cosas buenas tuve la dicha de escribir este libro. No necesariamente para hablar del Covid, pero sí cosas de mi experiencia con las personas con las que tengo tratos comerciales —aunque no creo que a nadie le sirva para aprender a comprar y vender—, a mí me divirtió retratar a algunos de mis clientes favoritos.

Este libro está basado en hechos reales. ¿Pero qué cosa escrita no lo está? ¿Qué realidad no es producto de la imaginación? Estaba por escribir “la imaginación de dios”, pero recordé que soy agnóstico. Entonces, muy prolijo no es hablar de dios asumiendo que existe. Y soy judío, pero por suerte me reconozco como judío y agnóstico. Algo que no todas las religiones aceptan. Ya la ley judía primitiva no atribuía una importancia tan preponderante a la teología y, en cambio, enfatizaba más los actos y la conducta. Un buen recurso para mantener reunido al rebaño. O la certeza de saber que no hay ateos en la trinchera.

El libro no habla de los cuentenik de principios del siglo pasado. Lo declaro en el prólogo, para que nadie lo lea sin estar advertido. Ningún vendedor puede decir toda la verdad de su producto. No digo mentir, pero sí es aceptable ocultar ciertas cosas. No lo soy al viejo estilo de andar en bicicleta por los barrios. O como mi abuelo que llevaba los tapados de piel caminando hasta las casas de las señoras de los hombres ricos. Los tiempos cambian y la palabra también debería ajustarse a representar lo que somos las personas como yo: buscavidas. Ocurre que la palabra cuentenik me encanta. Pensaba que era una palabra ídish, pero resultó algo diferente. En el Río de la Plata se lo llamaba cuentenik o cóntenik, en Brasil, clientelchik, en Venezuela, cláper. Lógicamente cuentenik deriva de cuenta y clientelchik de cliente. A estas confluencias lingüísticas se las llama idishol. No es ídish propiamente dicho.

Algunos de los clientes que retraté en este libro están contentos de esta discreta inmortalidad literaria. Pero el maestro del Corán no lo sabe, y no creo que le interese.

Gorby tampoco, él es de otra dimensión. Alejandro tampoco, porque está preso por violencia de género y tiene otras urgencias que atender. Carlos sí lo sabe, y está tan orgulloso que se lo contó a sus hijos.

Al vendedor de cuadernos no le interesa nada salvo cuántos pletzeles puede comprar al fin del día. Emerson está feliz de ayudar a un judío, pero no piensa leerlo porque lee solo lo que le da su rabino. Además, no tiene tiempo libre entre los rezos y sus innumerables hijos. Al falso judío no se lo dije, pero si se entera le voy a decir la verdad. El astronauta fracasado no pierde tiempo con estas cosas, toda su energía está en conquistar el mundo, ya que no pudo con la luna. Daniel y el vendedor de espejos están del otro lado, no solo ellos, también varios de los que me conocieron siendo aprendiz de peletero. El stripper se moriría de risa, pero no veo la gracia en contárselo. Cariñito solo me mandaría bendiciones. Al policía patagónico que quiere ser judío no tengo modo de encontrarlo. La monjita no volvió más, y lo lamento mucho, me gustaba hablar con ella. El exorcista judío desapareció de los lugares que sabía frecuentar. Emerson supone que Luis se convirtió él mismo en un dybbuk. El Rabino Emerson no le desea el mal a nadie, pero no le gusta la competencia desleal. El Rabino Binder no existe, es un personaje que le robé a Philip Roth, pero no creo que sus herederos se den cuenta.

Pienso para mis adentros que mi mamá estaría contenta de que escriba un libro con una palabra que suena a ídish en el título. Ella sabía que algún día haría algo como la gente. Eso dijo cuando representé a Mordejai Anilevich en un acto en Macabí, y lo convertí en mi héroe preferido. Hubiera sido mejor identificarme con Marek Edelman, que fue también muy valiente y sobrevivió para contarlo. Eso opina, al menos, mi psicoanalista, pero en esa época no teníamos tanta detallada información. Mi suegra diría que ella siempre supo que un marido judío era bueno para su hija. La tía Irma diría que su sobrina tuvo mucha suerte. Mi mujer me dijo que cómo voy a contar esas cosas en un libro. Mis hijas están contentas de poder decir que, al fin, su padre escribe cosas que la gente puede entender, no solo poesía. Mis nietas todavía no saben leer, pero algún día sabrán que escribo para que ellas puedan saber quién soy.

Porque estoy rodeado de mujeres como Tevye el lechero, será por eso que cuando tarareo la letra de Si yo fuera rico me pongo de buen humor y me dan ganas de bailar como Topol.

If I were a rich man,

Yubby dibby dibby dibby dibby dibby dibby dum…

Jorge Santkovsky

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