Sillas vacías

Miro en el silencio del mediodía
las sillas abandonadas en los sitios dispersos,
acumuladas como hombres y mujeres
a punto de romperse, escorzos
de los mismos que tal vez una mañana
ocuparan las sillas ahora vacías.

No importan las fechas ni el instante.
Si son restos de juegos desmembrados
su soledad podría ser mayor; aunque
ellas mismas nos deparan
un acto de consuelo, el lugar del descanso.

Tal vez alguien las puso
para beber gustoso un último café
y se quedaron solas, como huellas
de algún día aciago, como si el amor
fuera una silla contra la pared.

Hace mil años, en lo roto de mí, vigilaba
el mejor espacio y sentarme
a desnudar los lugares que sólo la presencia
rige por el gesto de la silla vacía.
Y ahora se acumulan en mi interior
y voy por la calle buscándolas
como si fueran hijos, y los hijos
embarcan en el tiempo hacia ningún lugar.

Tomo la imagen justa de las sillas
junto al resto de pared, esa marca
que la humildad inscribe en cada muro.
Muerdo un fugaz mendrugo de pan
y otra silla atrapada en la tarde
es un acto de fe que nadie quiere.

Sólo sillas alrededor de sí mismas
podrían enseñarnos los actos memorables
y la inútil felicidad de contarles
como hambrientos soldados que vuelven.


Volver a la reseña